“Alicia se coló por la boca de la madriguera, sin pensar ni un solo instante en cómo podría salir de allí”. Lewis Carroll

miércoles, 13 de febrero de 2013

VIGÉSIMA PRIMERA NECEDAD


Para los Torquemada del mundo


Ni siquiera esa mano que blande la espada escondida en el rincón más púrpura del infierno podrá tocar la cima del crepúsculo. Ni esa máscara que los cuervos han bordado con eficientes garras a punto de cruz, ni los besos prodigados a labio suelto en la más oscura de las oscuridades, ni tanta palabrería disfrazada de absoluta e impertérrita verdad conseguirán derribar estas alas. El horizonte no tiene principio ni fin. Las nubes a veces se visten de negro para derribar a los pájaros de mal agüero y soltarlos a pedazos en torrenciales lágrimas que un día caen, de golpe, sobre el filo de la guadaña. La hipocresía tiene cara de ángel impoluto que afila las uñas mientras soba las cuentas de un rosario y babea la página del libro cuyas palabras mueren al contacto de su mano.  No hay más ángel que el ángel que cayó del cielo buscando otra diestra para anotar en su diario otro día feliz.  No hay más cielo azul que aquel donde florecen no sólo las palabras sino las alas construyendo el tiempo que no miente. No hay tiempo más tiempo que aquel que se riega a paso seguro y la mano a la vista.  A la orilla del mar crecen también las espinas con que peina Medusa sus sibilantes cabellos de oro.  Y en el rincón más álgido de la tierra prometida anidan las serpientes con lengua de hielo y tacto de cristal.  Y el mito crece azuzado por el ojo de los mortales que anhelan coronarse reyes con las manos sucias y una babeante sonrisa engañatontos. Por eso vengo aquí y me vuelvo un ovillo que intenta descubrir el secreto del nudo gordiano aunque no pueda entender ni el por qué de su propia estadía. Por eso abro la herida a dos manos y penetro en ella con los dedos abiertos y ensangrentados. Por eso escarbo con la punta del desconcierto y a filo de duda extirpo el cáncer que a veces, a ojos ciegos, permito en mi jardín.  Por eso mastico el amargor de la semilla hasta calcinar la lengua.  Por eso escucho lo que dice el viento mientras los inquisidores le dan vuelta al potro sonriendo con su cara de ángeles. Mientras el beso prodigado a oscuras me mira con su cara de yo no fui. Por eso duermo y me despierto cada día sin miedo al siguiente sueño. Porque a pesar de los cuchillos y las máscaras ocultas que sonríen y besan por detrás del telón la mejilla del ingenuo, tengo estos ojos que siguen buscando la belleza. Estas manos que no se cansan de arañar paredes para conseguir un rayo de luz en medio de este bosque tan a veces lleno de sombras. Esta boca que seguirá diciendo las palabras mágicas: Rojo, mujer, pájaro, amor… Gatofiera que gruñe y se deslíe a punta de caricias y que a veces también  se refugia en el tibio laberinto de alguna descuidada caracola…  Gotita de agua, pequeña sí…  y necia, muy necia… cayendo sobre la tiara y los apretados rizos de cualquier presunta absoluta verdad.



Angélica Santa Olaya D. R. ©