No pasaré mi mano sobre el plumaje ávido de caricias sólo
para conseguir montar al ave y llegar más rápido al lugar de las aparentes certezas y los espejos deformados. Los
caminos de estos rojos zapatos han escuchado el crujir de las hojas quebradas a
la orilla del vado y la queja de los guijarros que nadie escucha bajo la hojarasca en
los bosques de Odín. Mi palabra es guijarro que palpita bajo el sol de los sentires para crecer los orgasmos de la luna. Mi palabra no tiene
tentáculos ni espera más oído que el del tiempo… ese caracol inasible que guarda en su
laberinto las letras con que las hadas alimentan la raíz de los sicómoros. Si mi letra ha de vivir en algún
árbol será porque mis oídos no podrán, tal vez, saberlo. No quiero reverenciar a ningún presunto dueño
de nada. No voy a vender los pétalos de
mis versos ni la miel de mis frutillas a los mercaderes. Mi boca se abre sólo
para beber el agua en que nadan los peces del mar rojo sembrado de corales. Mi
pluma no se desliza para esperar a cambio unas monedas o el favor de algún
sultán. Lo que traza en el libro de la vida no se vende ni se intercambia por
cantares ni heráldicas arengas con pergamino de fondo. Es voz que va de frente atravesando el aliento
de las sirenas. Es canto que a veces muere atorado en la espina de algún
zarzal. Pero canto al fin que sólo añora la moneda sobre el
párpado de la poeta y la mano que echa al mar la barca repleta de flores en que navega la
poesía.
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