“Alicia se coló por la boca de la madriguera, sin pensar ni un solo instante en cómo podría salir de allí”. Lewis Carroll

sábado, 25 de junio de 2011

NO SÉ NADA...

Hoy, día en que el sol ha decidido ceder paso al rostro de la lluvia... Esa lluvia que lava la tierra y los huesos de los hombres... Hoy que los pájaros vuelan a pesar de la agitada respiración de las bestias que todo lo amenazan con su retorcido discurso que quiere parecer diálogo, pero es simplemente un monólogo con su enorme YO... Hoy que en algún sitio de este universo algunos dan el paso a otra vereda... unos tomados de la mano del amor y otros bajo la garra de las bestias... Hoy, día en que más que nunca, no me explico cómo y por qué es que se logra seguir caminando a la vera de la propia sombra y de las sombras que buscan el mismo tipo de luz para encontrarse... Hoy que siento esta necesidad de gritar por mi misma y con la propia voz... y no sólo a través de las voces de otros que ya están bajo tierra... Hoy, en que sé que es necesario no sólo tomar la pluma sino las alas de la libertad para intentar, una y otra vez, llegar a algún lugar donde brille un poco más el sol... Hoy, día en que, una vez más, siento que no sé nada... agradezco a Xavier Araiza la publicación de mi poema titulado, precisamente así, NO SÉ NADA... en su prestigiada Revista Pantagruélica... Gracias Xavier por el espacio y la coinicidencia en la palabra y en las alas que intentan otros vuelos... los no fingidos... los no a medias... GRACIAS... Échenle un ojito a mi poema AQUÍ si les apetece conocer la razón de esta perorata... Dejo AQUÍ, también, mi artículo Ningún infierno para los jóvenes, publicado en la misma revista hace unos meses con motivo del aniversario de la muerte de John Lennon...Por la vida y la libertad desde la plena conciencia... Salud!


martes, 7 de junio de 2011


EL PALIACATE

Cuando María llegó a la ciudad llevaba las esperanzas arrebujadas en un paliacate.  Ese pedazo de trapo viejo que tantas veces le limpió el sudor después de pizcar frijol varias horas bajo el sol.  El mismo que enjugó sus lágrimas cuando le avisaron que Felipe había sido encontrado sin vida tirado allá, por la barranca chica.  Y también el que limpió los mocos de Rufino, Celia y Ceferino; los hijos que Felipe le dejó como recuerdo de su amor.
Por ellos había decidido salir de su pueblo y buscar fortuna más allá de las milpas y el camino grande.  Recordaba el trayecto a la ciudad con el  paliacate amarrado a su refajo y escondido por debajo de su enagua. En él llevaba los pocos centavos que Felipe había dejado antes de morir sin despedirse de ella. 
Pasó muchas penurias mientras se acomodaba en alguna casa ayudando a los quehaceres domésticos.  Vendió dulces y muñecas de trapo afuera de una estación del metro donde soportó los malos tratos de los demás vendedores que dilataron en aceptarla aún cuando pagaba su cuota semanal para el líder de los comerciantes y para la policía. Sufrió las corretizas de los polis sin previo aviso y nunca pudo entender  por qué a veces los perseguían de repente como si no hubiera trato.  En su pueblo sí que había palabra.
Hay muchas cosas a las que María se acostumbró.  Pero hay algo que todavía le cala el alma.  Un dolor justo en medio de su pecho donde guarda los quereres.  El dolor se presenta cada vez que Ceferino, ahora de diez años, le dice que hay junta en la escuela. María se siente orgullosa de él porque es muy vivo, saca buenas calificaciones.  Pero cada vez que Ceferino dice: “mamá, se va bonita a la junta”, el corazón se le hace chiquito.  Eso quiere decir que tiene que quitarse su enagua, sus huaraches y sus collares de colores para ponerse un vestido que compró en La Lagunilla y unos zapatos de tacón con los que se siente como una vaca brincando de puntillas los charcos después de un aguacero. 
Hoy tiene junta en la escuela. Cada prenda suya que María se quita y cada prenda ajena que se pone es como un pinchazo en el corazón.  Con el coraje y la tristeza anudándole la garganta, María guarda sus collares en el paliacate y lo amarra con coraje. Se disfraza, como ella dice, y camina tambaleante al encuentro de un destino cuyo fin no alcanza a divisar, ni aún detrás de los dieces de Ceferino.

Angélica Santa Olaya D. R. ©
Círculo de Narrativa 2,
Ed aBrace, Uruguay, 2005.

Fotografía: Miguelina
 Angélica Santa Olaya D. R. ©