DÉCIMA NOVENA NECEDAD
"La
envidia en los hombres muestra cuán desdichados se sienen y su
constante atención a lo que hacen o dejan de hacer los demás..."
Schopenhauer
La envidia es, en realidad, un halago... una
alabanza... un cáncer que carcome la tranquilidad, el alma y el cuerpo
del que la siente...
Ninguna puerta de amargados goznes
detiene el paso de la caracola. En el camino hacia quiénsabedonde acechan a
veces los espejismos con sus falsas aguas y las quimeras que maquillan con
dulce voz las oscuras intenciones. A veces los perros ladran cuando
avanza el jinete sobre el lomo del caballo dejando algún destello de luz al
paso. La misma historia de los molinos que se creen gigantes como si el mordisco
fuera la cuna de la verdad. Pero el aullido es la señal de que la huella ha
conseguido enamorar al polvo del camino. Sobre todo en el desierto donde los
afectos se cuentan con los dedos de las manos y las acacias florecen por obra y
gracia de una pluma perseguida por los necios fantasmas del andar. Ningún
engaño mayor que el de los nombres derramados por la fuerza en el lugar donde
reposan las estrellas. Ninguna historia más andante que la de la mano que aroma
el tacto inflamado de los higos regados con el sudor de una caricia. Ningún
pecado mayor ni más penado que ensortijar los dedos entre las crecidas palabras
que desatan la sonrisa del trashumante buscador de frutos no nacidos de las
malas artes. Las begonias esparcen su aroma sobre los cristales rotos para que
el hechizo viaje entre renglones y despierte la imaginación eclipsando brujas y
reyezuelos. Ningún perro de ardorosos rencores detendrá el rumor de las nubes
disponiendo el vuelo. La mano está siempre alerta y dispuesta a dibujar con
versos la ventana por donde pueda amanecer el sol para dispersar su magia sobre
las alas, imberbes, de las mariposas. Alado cristal nacido del soplo inesperado
del viento en una tarde de marzo. Otra vez marzo. Siempre marzo… marzo y sus
calendáricas y puntuales profecías. Marzo y la llegada de las górgonas y sus
disfraces hilvanados con el retorcido hilo del rencor. Viene marzo y todo está por escribirse. El frío
amenaza con colarse por la cicatriz esculpida por la rabia y el viento sopla
llevando el canto de las sirenas al bosque donde amarecen los sueños. Pero ahí
está la pluma, y el cuaderno, y los pies que se alejan de la cabeza con mil
bocas para guarecerse en los brazos del fauno que dicta las palabras. Y ahí
está todo tan ahora lleno de nada para los canes y esa nada tan dispuesta a ser
escrita por los que escuchan el canto azul de los gorriones entre las ramas…
Esas palabras tan “aquí estoy, tómame, llévame, no me dejes ir… y sigue
llenando de letras el vacío…” Esa, esta pluma, que no se detiene ante
ningún abismo de afilados y envidiosos colmillos… esta pluma que a veces
quisiera haberse extraviado en el país de las maravillas para no ser rescatada
por la necia necedad de seguir adivinando el por qué de ciertas piedras
metiendo la astilla en la grieta del camino… Pero siempre hay gorriones que
cantan anunciando el graznido de los cuervos… Y allá vamos… otra vez… y otra… y
otra… y otra... corriendo detrás de la liebre con reloj en mano y el arenado
andar en el bolsillo… ¡Así que a tragar niebla górgonas y reumáticos dragones! ¡Alicia nunca deja de
correr!