martes, 28 de julio de 2009
domingo, 26 de julio de 2009
SOY INFINITO
Puedo amar sin posesiones burdas
ni estremecimientos condicionados.
No necesito amar a un sólo hombre
ni decir a otros que lo amo para mostrar respeto.
¿El amor es un algo espiritual que se pide a las hembras
a cambio solamente de su libertad?
¿Cuál es la perversión? ¿Dónde está?
¿En el que da o en el que quita?
¿En qué lugar colocamos la generosidad de un alma
que no se agota en nimiedades?
Si el amor no fuera lo que sucede entre los cuerpos
o la impalpable intimidad del instante que trasciende la piel
Jamás amaría.
El amor no se roba la libertad del otro.
El amor es aire y agua que busca, vuela, entorbellina
y explota en el fuego de una mirada.
El amor es un ancla en el centro del huracán
que todo lo abisma y todo lo transforma.
No soy esposa ni amada de nadie. Soy amante.
Sólo porque sólo se trata de sentir.
Morgaine Nin Reznor Miller y
Angélica Santa Olaya D. R. ©
domingo, 19 de julio de 2009
La reunión en la Casa de Lectura Condesa fue gratificante. Los asistentes -no muchos, pero sí muy interesados, participativos y atentos- fueron el disparador de recuerdos, travesuras infantiles y nostalgias de mi relación con los libros como objetos proporcionadores de placer y como tablas de naufragio. Entre otras cosas surgió el tema recurrente de la poesía clásica. Mi opinión se reduce a que no se puede, o al menos no se debe, escribir verso libre -que por otro lado no es tan libre como parece (Saúl Ibargoyen dice que es la libertad encadenada)- sin aprender a escribir -al menos por disciplina y respeto a los maestros cuya trayectoria no puede ser ignorada en pos de la modernidad y del progreso- una décima, un soneto, una copla o sin saber si un verso es octosílabo o endecasílabo o sin saber qué es una elipse, una hipérbole o un oxímoron. Yo tuve una excelente maestra de retórica y poesía clásica que fue Dolores Castro y mi primer libro de poesía incluyó algunas formas clásicas a modo de manifestar mi respeto por el lector, por los maestros del pasado que nunca se va del todo y de mostrar que, si hago verso libre es porque ya sé hacer lo que venía atrás. Dejo aquí un soneto que forma parte de este libro Habitar el tiempo para variarle un poco al asunto y que puedan leerlo quienes, el día de la reunión, me pedían un poema clásico que mi meningítica memoria no pudo recordar. Dicho sea de paso, es un poema que aún me gusta...
SONETO SIN DUEÑO
Ajeno oropel llegaste un día
en un barco turquesa y polvoriento,
¿por qué nunca zarpaste de mi puerto
si dulces provisiones prometía?
Te miraba y mi alma se rendía,
escuchando tus pasos de desierto,
pasos agua refugio del sediento,
comienzo de intangibles herejías.
Fuiste mar complaciente y perturbado,
ola que iba y venía por mis lugares
dejándome tan sólo lo salado.
Tu barco ya no ancla en estos lares,
el cielo gris te llora desgarrado y
mi ventana se pudre de pesares.
"Habitar el tiempo", Ed. Tintanueva, México, 2005.
lunes, 13 de julio de 2009
Para más información sobre las actividades del
Centro de Lectura Condesa vayan AQUÍ.
sábado, 11 de julio de 2009
Dejo aquí este cuento del maestro Augusto Monterroso:
EL ECLIPSE
Cuando fray Bartolomé Arrazola se sintió perdido aceptó que ya nada podría salvarlo. La selva poderosa de Guatemala lo había apresado, implacable y definitiva. Ante su ignorancia topográfica se sentó con tranquilidad a esperar la muerte. Quiso morir allí, sin ninguna esperanza, aislado, con el pensamiento fijo en la España distante, particularmente en el convento de Los Abrojos, donde Carlos Quinto condescendiera una vez a bajar de su eminencia para decirle que confiaba n el celo religioso de su labor redentora. Al despertar se encontró rodeado por un grupo de indígenas de rostro impasible que se disponían a sacrificarlo ante un altar, un altar que a Bartolomé le pareció como el lecho en que descansaría, al fin, de sus temores, de su destino, de sí mismo. Tres años en el país le habían conferido un mediano dominio de las lenguas nativas. Intentó algo. Dijo algunas palabras que fueron comprendidas. Entonces floreció en él una idea que tuvo por digna de su talento y de su cultura universal y de su arduo conocimiento de Aristóteles. Recordó que para ese día se esperaba un eclipse total de sol. Y dispuso, en lo más íntimo, valerse de aquel conocimiento para engañar a sus opresores y salvar la vida. -Si me matáis -les dijo- puedo hacer que el sol se oscurezca en su altura. Los indígenas lo miraron fijamente y Bartolomé sorprendió la incredulidad en sus ojos. Vio que se produjo un pequeño consejo, y esperó confiado, no sin cierto desdén.
Dos horas después el corazón de fray Bartolomé Arrazola chorreaba su sangre vehemente sobre la piedra de los sacrificios (brillante bajo la opaca luz de un sol eclipsado, mientras uno de los indígenas recitaba sin ninguna inflexión de voz, sin prisa, una por una, las infinitas fechas en que se producirían eclipses solares y lunares, que los astrónomos de la comunidad maya habían previsto y anotado en sus códices sin la valiosa ayuda de Aristóteles.
Augusto Monterroso D. R. ©
"Cuentos"
Alianza Editorial, Madrid, 1986.