DANIEL MUXICA EN MI CORAZÓN
Ayer me enteré, apenas, que el día 8 de este mes falleció Daniel Muxica víctima de un infarto. La sorpresa ataranta. Anoche, los recuerdos que tengo de él me visitaron. Claro que Daniel Muxica fue un hombre importante. Un escritor y promotor cultural querido e inteligente con una obra que, afortunadamente, fue reconocida antes de su muerte. Pero ayer las imágenes que rondaban mi tristeza no eran, mayormente, las de la figura pública; sino otras, más privadas, a las que tuve la fortuna de acceder. Quiero compartirlas con ustedes.
Recuerdo a Daniel, sudoroso y desaliñado, con una sonrisa de oreja a oreja, corriendo de un lado a otro -durante las Jornadas Internacionales de Poesía 2006 en Buenos Aires- feliz de que la poesía transitara las calles de su ciudad. Lo recuerdo besando a Tadeo -que debe estar tristìsimo llorandolo aún- su perro al que amaba entrañablemente; más que a los hombres, decía Daniel. Lo recuerdo rodeado de sus seis perros al llegar del trabajo; una fiesta cotidiana con reparticiòn de golosinas, besos y caricias. Lo recuerdo subiendo la pirámide del sol en Teotihuacán a pesar de su pierna enferma porque a él nada nunca lo detuvo. Lo recuerdo cuidando celosamente el cocimiento del asado porque "es tarea de hombres". Lo recuerdo indignado por los desplantes de la diplomacia y el poder -que benefician según los linajes- defendiendo a un puñado de poetas extranjeros deslinajados -o plebeyos, como les guste màs- (yo, entre ellos) porque su congruencia política se lo exigía. Lo recuerdo durmiendo en la parte baja, y dura, de la cama para cederme el colchón que instaló junto con Gaby Pais -su esposa, mi editora y amiga del alma- en la sala de su hermosa casa -tan llena de amigables presencias- en lo que ellos llamaron la "suite presidencial". Lo recuerdo devorando una milanesa acompañada de vino tinto mientras me contaba la historia del famoso Chiquilín de Piazzola. Lo recuerdo transformado en un dulce y blando ser escuchando Geny y el Zepelin, de Chico Buarque, que lo conmovía hasta el éxtasis porque siempre estaba del lado de los que sufrían porque él había sido uno de ellos. Lo recuerdo peleando con oficialidades y convenciones literarias y sociales. Lo recuerdo, sobre todo, cantando con su guitarra "una cuequita" en la que su corazón quedaba embarrado en cada nota. Él decía que no cantaba bien; pero yo nunca escuché a otro cantar con tanto sentimiento. Su tono, generalmente áspero y cauto, se convertía en un río que penetraba la piel de quien lo escuchaba. Inteligente, dolorosamente inteligente, duro, revestido de una corteza que lo protegía de piedras y tropiezos; era arcilla maleable frente a los perros, la música, la poesía, la congruencia y el amor.
Este es el Daniel que yo recuerdo. El que no me dejará. Estoy segura que ahora mismo estará con la Mafis -una perra adorable que murió hace medio año- cantando-aullándole a la luna y escribiendo versos para arrojarlos a Los rollos del mal muerto. Hubiera querido decirle que durante mi estancia en "la suite presidencial", hace un año, escribí un poemario que algún día, tal vez, verá la luz; y pedirle, una vez más, que me cantara una cuequita de esas con las que derretía rocas y malos humores. Gracias Daniel por estos recuerdos. Eres ya un abanico que flamea.
¿tendrá cuerpo?
bajo la forma interrogativa
nada se dejará apropiar inmediatamente
la historia será una larga siesta
y
para esas tardecitas no hay manera
el cuerpo volverá de la siesta
desprovisto de piernas
desprovisto de brazos
desprovisto de torso
desprovisto de cuerpo
se sentirá armazón de un abanico
que flamea sin mover aire alguno
sin disipar su controversia con la materia
Daniel Muxica D. R. ©
"La conversación"
Ed. La Bohemia, Buenos Aires, 2006.
Fotografía: Angélica Santa Olaya D. R. ©