Para
los Torquemada del mundo
Ni siquiera esa mano que blande la espada escondida en
el rincón más púrpura del infierno podrá tocar la cima del crepúsculo. Ni esa
máscara que los cuervos han bordado con eficientes garras a punto de cruz, ni
los besos prodigados a labio suelto en la más oscura de las oscuridades, ni
tanta palabrería disfrazada de absoluta e impertérrita verdad conseguirán
derribar estas alas. El horizonte no tiene principio ni fin. Las nubes a veces
se visten de negro para derribar a los pájaros de mal agüero y soltarlos a
pedazos en torrenciales lágrimas que un día caen, de golpe, sobre el filo de la
guadaña. La hipocresía tiene cara de ángel impoluto que afila las uñas mientras
soba las cuentas de un rosario y babea la página del libro cuyas palabras
mueren al contacto de su mano. No hay
más ángel que el ángel que cayó del cielo buscando otra diestra para anotar en
su diario otro día feliz. No hay más
cielo azul que aquel donde florecen no sólo las palabras sino las alas construyendo
el tiempo que no miente. No hay tiempo más tiempo que aquel que se riega a paso
seguro y la mano a la vista. A la orilla
del mar crecen también las espinas con que peina Medusa sus sibilantes cabellos
de oro. Y en el rincón más álgido de la
tierra prometida anidan las serpientes con lengua de hielo y tacto de cristal. Y el mito crece azuzado por el ojo de los
mortales que anhelan coronarse reyes con las manos sucias y una babeante
sonrisa engañatontos. Por eso vengo aquí y me vuelvo un ovillo que intenta
descubrir el secreto del nudo gordiano aunque no pueda entender ni el por qué
de su propia estadía. Por eso abro la herida a dos manos y penetro en ella con
los dedos abiertos y ensangrentados. Por eso escarbo con la punta del
desconcierto y a filo de duda extirpo el cáncer que a veces, a ojos ciegos,
permito en mi jardín. Por eso mastico el
amargor de la semilla hasta calcinar la lengua.
Por eso escucho lo que dice el viento mientras los inquisidores le dan
vuelta al potro sonriendo con su cara de ángeles. Mientras el beso prodigado a
oscuras me mira con su cara de yo no fui. Por eso duermo y me despierto cada
día sin miedo al siguiente sueño. Porque a pesar de los cuchillos y las
máscaras ocultas que sonríen y besan por detrás del telón la mejilla del
ingenuo, tengo estos ojos que siguen buscando la belleza. Estas manos que no se
cansan de arañar paredes para conseguir un rayo de luz en medio de este bosque
tan a veces lleno de sombras. Esta boca que seguirá diciendo las palabras
mágicas: Rojo, mujer, pájaro, amor… Gatofiera que gruñe y se deslíe a punta de
caricias y que a veces también se
refugia en el tibio laberinto de alguna descuidada caracola… Gotita de agua, pequeña sí… y necia, muy necia… cayendo sobre la tiara y
los apretados rizos de cualquier presunta absoluta verdad.
Angélica Santa Olaya D. R. ©