GRACIAS POR LA ESPERANZA...
Llego con el cuadro, regalo de un querido amigo, recién enmarcado, y
alguien me pregunta para qué quiero colgar ese cuadro, para qué acomodo libros con tanto ahínco, para qué
compro ese sillón, esa mesa y utensilios de cocina que casi ni voy a
usar. Lo primero que me viene a la razón es que es cierto. Pronto voy a
irme. Observo el filo brillante de ese marco negro ; las rojas
mejillas de mi nuevo sillón, la ahuecada palma de la cuchara para mover
la sopa que compré en el tianguis y me doy cuenta de que todos ellos
esperan algo: ser colgado en la pared, acurrucar el sueño de alguien
mientras el libro cae sobre las rodillas bajo el sopor de la tarde o un
poco de caldo para calmar el hambre y la sed. Y entonces me pregunto si
realmente voy a irme. Y no escucho lo que me dicen y sigo llevando y
trayendo cosas… cosas que me esperen, que sepan que un día volveré… que
esperen a mis manos, a mi cuerpo, a mi boca… Las llevo y las traigo
para que sepan que volveré a ellas como se vuelve a la casa donde se
nace; a la tierra donde se aprendió a correr. O, más bien soy yo ese
cuadro, ese sillón rojo y esa cuchara que esperan... Todos esperamos
algo... Además, me regalaron un libro que me ha llenado de alegría. Un
libro que me dice que mi paso por la vida de alguien no fue casual; un
libro que me dice que alguien, de mí, aprendió algo y sintió que mi
palabra le dio ese empujoncito que muchas veces nos hace falta para
creer y saber que podemos hacer algo; un libro donde se me comparte la
poesía, el nombre, la vivencia, la emoción… ese instante en que, por
quién sabe qué avatares, los caminos se cruzan para coincidir en los
poemas de Neruda o de Sabines sentados en la banca de un parque donde,
de refilón, pasa una rata corriendo sin tocarnos -porque casi siempre hay alguna rata en las historias-; o simplemente en la
necedad de hacer lo que el corazón pide y necesita. Ese libro habla de
la furia y la esperanza, porque suele suceder que la furia es
precisamente el germen de la esperanza. Me fue entregado mientras
presentaba mi Árbol de la Esperanza intentando dejar alguna apalabrada
semilla en las manos de quienes me abrazaron ese día para decir que
entendían ese desesperado acto de amor. La esperanza reunida en las
sonrisas, en la presencia, en los brazos que me acunaron ese día para
decir: Te espero. Desde mi Maestro Saúl Ibargoyen, o el amor que a la
distancia en ningún momento soltó mi mano sin importar las horas, hasta
esa amiga que conocí en ese sitio de las puertas y las bocas cerradas
del que salí huyendo para escribir literatura. Ahí estaba ese final que
dio paso al comienzo de mis intentos en la literatura y el inicio de una
nueva etapa para la que llevo, en un morral atado con cintas rojas,
bien resguardadas las palabras para cuando Alicia sienta frio. El frio siempre
acecha y hay que estar preparado; pero también hay que abrir el corazón
como se abre la puerta el primer día de clases o como se da el primer
paso: con la necia intención de seguir caminando… hacia algo, hacia
alguien, hacia algún sueño, hacia el andar… hacia ese sitio de verdes y
amullonadas ramas llamado Esperanza… Gracias a todos los que abrazan y
abrazaron este Árbol que sonríe verde y luminoso por tanta y tan hermosa
compañía… Gracias por aceptar esta semilla que en sus manos intentará
germinar en alguna sonrisa que me espere… Gracias a todos… Intentaré
volver...