“Alicia se coló por la boca de la madriguera, sin pensar ni un solo instante en cómo podría salir de allí”. Lewis Carroll

viernes, 18 de junio de 2010


EL LADO OSCURO DEL ESPEJO O UNA HERMENÉUTICA DE LA INVITACIÓN

Por: Fernando Reyes

No me gustan las presentaciones que se deshacen en elogios, sin haber leído el libro (“El nuestro es un poeta sensible, inteligente y agudo…”). No me gustan las presentaciones en que se habla del escritor, sin haber leído el libro (“Yo vengo a hablar aquí de mi querido amigo…”) No me gustan las presentaciones donde se habla de otros textos sin haber leído el libro en cuestión (“Este libro ha mamado de las ubres de Shakespeare, Goethe, Baudelaire y la Biblias toda…”) No me gustan las presentaciones en que se habla de todo (la ontología heideggeriana, la hipnosis de la Gestalt, la hermenéutica aristotélica en el Medioevo, el minimalismo finlandés...) menos del libro.
Por eso cuando Angélica Santa Olaya me invitó a presentar su libro me puse a leerlo y cuando leo tomo notas. A buscar metáforas y metonimias. “Las afiladas uñas del tiempo perforan los pulmones”. “El corazón taclea las jugadas del cerebro. Bien, muy bien. Busco una tercera pues en verbigracias el trío siempre se agradece. La triada es la norma de la elegancia. “Quiero romperle los huesos a los adjetivos”. No, un momento, por favor. Esto es más bien una sinécdoque referente a lo concreto por lo abstracto. Luego me clavé en antítesis y oxímoros: “Tempestad que sorprende mi letargo”, “Si he de negar la llama de este tiempo / quiero el dolor que quema y que trasciende”; entonces pienso en Sor Juana y veo en el mismo poema “No gruñas” el verso de arte mayor y la eufónica rima. Y recuerdo que Angélica conoce muy bien las reglas del soneto y de la décima y otras composiciones que se pierden en el tiempo que nos quema y nos trasciende. Momento, no quiero distraerme y hablar de elogios y de otros libros.
Continúo mi sesuda lectura y atrapo un claro ejemplo de sinestesia, recurso poético siempre tan efectivo como filosófico: “La canícula derrite el silencio”. De repente se me aparece un excelente verso que ilustra la prosopografía: “Tu sonrisa le hace cosquillas a mi lengua” y mientras busco una más, sale a interrumpir mi serio compromiso investigativo un retruécano metonímico que me calla de una vez por todas: “Quiero partirle la madre a la gramática”. Me es imposible entonces hablar de otro libro en la que la poeta me regaló sus versos encendidos y albureros: Calemburetruécanos. Antología del doble sentido y las groserías en la poesía mexicana. No, no voy a escribir esto, mejor me voy a otra lectura. Respiro, olvido terminologías y disfruto “El lugar”.  Comienzo el poema, en voz alta:
La punta de la lengua
sueña dibujar el tímido contorno de tus labios
el filo de los dientes 
sacarte el alma a mordidas por la boca,
la cara oculta de los muslos   
cobijarte mientras habitamos el lado oscuro del espejo.
Y ya no puedo leer sin hacer notas; me sigo como en una noche prepotente, imponente. Disfruto. Releo. Me regocijo de nuevo con el ritmo de sacarte el alma a mordidas por la boca. Alzo más la voz aunque los del café pregunten qué pasa con ese loco. Y aunque quiera evitar leer intertextos me traslado a Nectáfora, antología en la que Santa Olaya aportó deliciosos versos sobre besos. Y las aliteraciones me cantan al oído en cada poema “hol-orgásmicos espasmos”, “quiméricos orgasmos”. Encuentro guiños al caligrama. Hay vasta libertad poética en este wonderland llamado El lado oscuro del espejo. Las imágenes saltan por doquier, como conejos: “huyes montado en el filamento lunar / que escurre por la ventana”, brincan como locos naipes: ”La sota de corazones / cuelga de una manecilla rota / trapecista solitario”.  Y me doy por vencido, ¿qué me pasa? ¿No he reparado acaso que estoy escribiendo de Alicia y sus maravillas? Escucho a Angie decirme que las palabras se eclipsan con discursos sabios y que la locura se escarcha con el viento de la razón. Escucho a Alicia decirme que vivir para atrás es buen viaje, que hay que introducirse en las bocas de todas las madrigueras, que el Tiempo siempre es el mismo, que las cosas pueden caer para arriba y que los jardines y los caracoles son lo más hermoso.
“Todas las palabras están trastocadas” me recuerda Carroll. Le daré un respiro a estos “testarudos lápices escribiendo lo que no dicta el corazón”. No me importa si mi presentación deviene subjetiva, elogiosa y personal. Y es que Angélica Santa Olaya es una de esas amigas que sólo se encuentran entre “cielos marinos”, “intocadas sirenas” y sonrisas de gato. Poco hemos hablado de intertextualidades y teorías poéticas; mucho en cambio de las fibras que nos toca el poema más limpio y aparentemente sencillo. Aquí se acaba mi prisa, no asistiré a mi cita con la liebre.
Sin embargo pensaba algo más. En que podría haber relacionado el libro que nos ocupa esta noche con ciertas temáticas borgeanas: el Tiempo estático, los espejos y la otredad, el ajedrez y sus infinitas posibilidades, los sueños en el umbral de la realidad, y la obra del mismo Lewis Carroll. Sería un buen ejercicio intertextual, un rico análisis comparativo. Esta enfermedad por investigar, analizar y teorizar se me contagió en la Facultad de Filosofía y Letras. Que me corten la cabeza. A veces se me olvidan dedicatorias como las de este libro: “A los locos que gustan más de las aventuras que de las explicaciones”. Por eso cuando Angélica me invitó a presentar este libro le dije que no lo presentaría, que no lo explicaría, que no la analizaría, que sólo invitaría a leerlo. Así que perdónenme sinécdoques, oxímoros, antítesis y sinestesias.
Texto escrito por Fernando Reyes en abril del 2010 en Cd. del Carmen Campeche durante la I Feria del Libro de la Universidad Autónoma del Carmen..
Muchas gracias Fer... por dejarte invadir por la laberíntica sinrazón de Alicia... GRACIAS.......Así nomás...

Ilustración: Nicoleta Ceccoli

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