DÉCIMA TERCERA NECEDAD
Para mi ángel
Nada parecido a esta lluvia de
guadañas. A esta horda de gritos que se pierden en los muros de los
sordos. De los sordos cuerdos que no
escuchan a los locos. De los sordos felices
que comen flores pisoteadas por los cerdos.
Estoy cansada de gritar. Mi amigo
dice que es mejor susurrar y yo no puedo poner mis labios en el oído de la
bestia para que me escuche. La bestia es
todas las bestias. La que pronuncia un
discurso político y la que sonríe y te acaricia la mano mientras, por detrás,
pone sal en el quicio de tu puerta. Porque ni los zapatos brillantes, ni las obras altruistas, ni los títulos académicos, ni los
susurros son garantía de llevar lustrada la decencia. Porque hay bestias que se esconden bajo las
piedras para asomar la cabeza cuando menos te lo esperas. Porque les hace daño hasta lo que no comieron…
Y las mariposas… ay, las mariposas… son leves, pero frágiles… pero
atolondradas… pero confiadas… pero locas; las pobres locas que sueñan con
árboles y bosques talados de brujas y dragones… Nada parecido a esta jauría y a esta tormenta de mañanas… Nada parecido a esta tristeza que hoy me pisa los talones… Nada como
esta triste locura en la que, por no ser bestia, me quiero quedar… aunque mis aullidos
lastimen los delicados tímpanos de la luna… aunque con mi piel disfracen las bestias sus
escamas… No, hoy no tengo ganas de gritar… pero sé que mañana, por la magia de
un ángel que mastica begonias, volveré a volar y a posarme en las cenizas de
mis alas desde el útero de mi necia necedad… Y, sin embargo, soy la bestia...
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