EL PALIACATE
Cuando María llegó a la ciudad llevaba las esperanzas
arrebujadas en un paliacate. Ese pedazo
de trapo viejo que tantas veces le limpió el sudor después de pizcar frijol
varias horas bajo el sol. El mismo que
enjugó sus lágrimas cuando le avisaron que Felipe había sido encontrado sin
vida tirado allá, por la barranca chica.
Y también el que limpió los mocos de Rufino, Celia y Ceferino; los hijos
que Felipe le dejó como recuerdo de su amor.
Por
ellos había decidido salir de su pueblo y buscar fortuna más allá de las milpas
y el camino grande. Recordaba el
trayecto a la ciudad con el paliacate
amarrado a su refajo y escondido por debajo de su enagua. En él llevaba los
pocos centavos que Felipe había dejado antes de morir sin despedirse de
ella.
Pasó
muchas penurias mientras se acomodaba en alguna casa ayudando a los quehaceres
domésticos. Vendió dulces y muñecas de
trapo afuera de una estación del metro donde soportó los malos tratos de los
demás vendedores que dilataron en aceptarla aún cuando pagaba su cuota semanal
para el líder de los comerciantes y para la policía. Sufrió las corretizas de
los polis sin previo aviso y nunca pudo entender por qué a veces los perseguían de repente
como si no hubiera trato. En su pueblo
sí que había palabra.
Hay
muchas cosas a las que María se acostumbró.
Pero hay algo que todavía le cala el alma. Un dolor justo en medio de su pecho donde
guarda los quereres. El dolor se
presenta cada vez que Ceferino, ahora de diez años, le dice que hay junta en la
escuela. María se siente orgullosa de él porque es muy vivo, saca buenas
calificaciones. Pero cada vez que
Ceferino dice: “mamá, se va bonita a la junta”, el corazón se le hace
chiquito. Eso quiere decir que tiene que
quitarse su enagua, sus huaraches y sus collares de colores para ponerse un
vestido que compró en La Lagunilla
y unos zapatos de tacón con los que se siente como una vaca brincando de
puntillas los charcos después de un aguacero.
Hoy
tiene junta en la escuela. Cada prenda suya que María se quita y cada prenda
ajena que se pone es como un pinchazo en el corazón. Con el coraje y la tristeza anudándole la
garganta, María guarda sus collares en el paliacate y lo amarra con coraje. Se
disfraza, como ella dice, y camina tambaleante al encuentro de un destino cuyo
fin no alcanza a divisar, ni aún detrás de los dieces de Ceferino.
Angélica
Santa Olaya D. R. ©
Círculo
de Narrativa 2,
Ed
aBrace, Uruguay, 2005.
Fotografía:
Miguelina
Angélica Santa Olaya D. R. ©
Angélica Santa Olaya D. R. ©
8 comentarios:
Gracias por compartirlo, Alicia; me encantó... Mi admiración y cariño...
Tirimasil
Me alegra que te haya gustado... Gracias por tu visita... La admiración y el cariño van de vuelta... Un beso...
Alicia...
Un beso...
Tirimasil
Gracias Angelica por compartir "Alcia la necia". Mis cariños
Gracias a ti Rafa, por asomarte a la madriguera de Alicia... Luz y poesía siempre...
Angélica...
Domingo Acosta Felipe: Me encantó... lo comparto...
Angélica Santa Olaya: Gracias querido... eres mi promotor principal... Gracias...
Consuelo Saenz: "Cada prenda suya que María se quita y cada prenda ajena que se pone es como un pinchazo en el corazón." La verdad pura.
Angélica Santa Olaya: Esta basado en un caso real Consuelo. En una entrevista que vi en la television. Me disfrazo, decia la mujer...
Y su mirada era triste...triste...triste...
Alejandra María González Ortega: " Cada prenda suya que María se quita y cada prenda ajena que se pone es como un pinchazo en el corazón ", bellísimo, verdadero y emotivo, la vida tal cual, tal como nos lleva y nos mira, hermoso Ange...
Angélica Santa Olaya: Gracias Ale...
Alejandra María González Ortega: Cariños amiga, sigue vistiendo a la vida con estos matices que nos inundan el alma, como gotas de rocío...
Eva Leticia Martínez García: Tu texto me revolucionó las ideas y me dejó pensando un montón de cosas; creo que de eso se trata, ¿verdad? Felicidades.
Angélica Santa Olaya: Gracias Eva... sí, de eso se trata... :)
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