Me gusta el mar sosegado lamiendo mi cuerpo con delicadeza, el centro dulcísimo de los higos y su rotundo color negro o adivinar el contacto de unas manos sobre mi piel. También disfruto el olor añejo de un separador de páginas señalando una complicidad entre el autor y yo. Procuro tener siempre un libro al lado de mi cama por si la soledad y los fantasmas y una pluma cerca mío como si fuera un hombro. Adoro el olor del ponche de frutas navideño porque es lo único que me gusta de esa época del año y la noche estrellada de Van Gogh con sus colores fuertes y sus pinceladas atrevidas y esas nubes revolcándose sobre la montaña. También es justo mencionar el merengue fresco, color de rosa, deshaciendose efímero en mi lengua mientras mantengo la boca abierta y los ojos cerrados y las palomitas de maíz con salsa Valentina en el cine. Me gusta que me rasquen la espalda como si fuera un oso y los ojos de un pez frente a los míos tratando de reconocernos. Amo la soledad deseada escuchando el concierto número uno de Tchaickowsky y la vista nocturna de mi ciudad desde el avión como una prostituta que se ha vestido con lentejuelas convidando al pecado. Me gustan los ojos que me miran de frente al hablar y las bocas que dicen "sí" y no se arrepienten de lo que dicen o de lo que besan. Me gustan los besos porque son la manera más silenciosa de gritar. Me gusta una piel rozando la mía por las noches para abrazarla cuando vienen a visitarme los monstruos que viven dentro de los armarios. Me gustan los hombres morenos y velludos que no sean machos. Me gusta la música metiendose en mis células mientras bailo y el olor de la tinta sobre el papel nuevo. El tacto liso, húmedo y suave de la piel de los delfines y su mirada afable. Me gusta viajar "al infinito y más allá" con un libro en las manos. Se me antoja retorcer entre mis dedos los irreverentes bigotes de Dalí y sostener su mirada retadora. Amo las jacarandas con sus copas lilas en marzo lloviendo flores sobre las aceras y disfrazarme de "otras" para despistar al enemigo. Admiro la infinita paciencia de los caracoles y su tenacidad para dejar una huella a su paso. He aprendido de ellos a hacer el amor sin prisa acariciando cada instante como si fuera el último. Me gustan las moscas inteligentes de Sartre refregándome en la cara su existencia, los aretes de todas las formas y el poema veinte cuando estoy de "mírenme y no me toquen". Me gusta el olor de las gardenias y los nardos aunque no su color blanco ¿o será por eso que me gustan? Tal vez lo que me gusta es la valentía que tienen para vestirse de blanco; un color muy comprometedor. Amo el color rojo porque me recuerda que estoy viva y que puedo ser la cereza de algún pastel. Me gusta husmear en las madrigueras aunque luego no pueda sacar la cabeza de ahí. Me divierte ir al tianguis del Chopo, con mi hijo, a comprar discos vestida de Dark y las casas viejas que guardan historias extrañas entre las arrugas para contárselas a los curiosos que se asoman por los cristales rotos. Me gustaría recordar más seguido que quien quiere nacer debe romper un mundo como dice Hess y que podemos reírnos de las lágrimas si se las pinta de colores como hacía Frida Kahlo. Hay muchísimas cosas que me gustan, pero hay días tan fríos y llenos de sol como éste en que tanto calor, allá afuera, obliga a dejar los pies en el umbral a la espera urgente de los girasoles. Y a tí, ¿qué te gusta?
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